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SALMO 18: EL SEÑOR SALVA A LOS HUMILDES

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El Señor salva a los humildes


Yo te amo, Señor, mi fuerza,
Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador,
mi Dios, el peñasco en que me refugio,
mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte.


Invoqué al Señor, que es digno de alabanza
y quedé a salvo de mis enemigos. 



Las olas de la Muerte me envolvieron,
me aterraron los torrentes devastadores,
me cercaron los lazos del Abismo,
las redes de la Muerte llegaron hasta mí.


Pero en mi angustia invoqué al Señor,
grité a mi Dios pidiendo auxilio,
y él escuchó mi voz desde su Templo,
mi grito llegó hasta sus oídos. 



Entonces tembló y se tambaleó la tierra;
vacilaron los fundamentos de las montañas,
y se conmovieron a causa de su furor;
de su nariz se alzó una humareda,
de su boca, un fuego abrasador,
y arrojaba carbones encendidos.


El Señor inclinó el cielo, y descendió
con un espeso nubarrón bajo sus pies;
montó en el Querubín y emprendió vuelo,
planeando sobre las alas del viento.


Se envolvió en un manto de tinieblas;
un oscuro aguacero y espesas nubes
lo cubrían como un toldo;
las nubes se deshicieron en granizo y centellas
al fulgor de su presencia.


El Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz;
arrojó sus flechas y los dispersó,
multiplicó sus rayos y sembró la confusión.


Al proferir tus amenazas, Señor,
al soplar el vendaval de tu ira,
aparecieron los cauces del mar
y quedaron a la vista los cimientos.


Él tendió su mano desde lo alto y me tomó,
me sacó de las aguas caudalosas;
me libró de mi enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.


Ellos me enfrentaron en un día nefasto,
pero el Señor fue mi apoyo:
me sacó a un lugar espacioso,
me libró, porque me ama.


El Señor me recompensó por mi justicia,
me retribuyó por la inocencia de mis manos:
porque seguí fielmente los caminos del Señor,
y no me aparté de mi Dios, haciendo el mal;
porque tengo presente todas sus decisiones
y nunca me alejé de sus preceptos.


Tuve ante él una conducta irreprochable
y me esforcé por no ofenderlo.
El Señor me premió, porque yo era justo
y mis manos eran inocentes a sus ojos.



Tú eres bondadoso con los buenos
y eres íntegro con el hombre intachable;
eres sincero con los que son sinceros
y te muestras astuto con los falsos.


Porque tú salvas al pueblo oprimido
y humillas los ojos altaneros;
tú eres mi lámpara, Señor:
Dios mío, tu iluminas mis tinieblas.
Contigo puedo asaltar una muralla;
con mi Dios, puedo escalar cualquier muralla.


El camino de Dios es perfecto,
la promesa del Señor es digna de confianza.


El Señor es un escudo para los que se refugian en él,
porque ¿quién es Dios fuera del Señor?,
¿y quién es la Roca fuera de nuestro Dios? 



Él es el Dios que me ciñe de valor
y hace intachable mi camino;
el que me da la rapidez de un ciervo
y me afianza en las alturas;
el que adiestra mis manos para la guerra
y mis brazos para tender el arco de bronce.


Me entregaste tu escudo victorioso
y tu mano derecha me sostuvo;
me engrandeciste con tu triunfo,
me hiciste dar largos pasos,
y no se doblaron mis tobillos.


Perseguí y alcancé a mis enemigos,
no me volví hasta que fueron aniquilados;

 los derroté y no pudieron rehacerse,
quedaron abatidos bajo mis pies.


Tú me ceñiste de valor para la lucha,
doblegaste ante mí a mis agresores;
pusiste en fuga a mis enemigos,
y yo exterminé a mis adversarios.


Imploraron, pero nadie los salvó;
gritaban al Señor, pero no les respondía.
Los deshice como polvo barrido por el viento,
los pisé como el barro de las calles.


Tú me libraste de un ejército incontable
y me pusiste al frente de naciones:
pueblos extraños son mis vasallos.
Gente extranjera me rinde pleitesía;
apenas me oyen nombrar, me prestan obediencia.


Los extranjeros palidecen ante mí
y, temblando, abandonan sus refugios. 



¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca!
¡Glorificado sea el Dios de mi salvación,
el Dios que venga mis agravios
y pone a los pueblos a mis pies!
Tú me liberas de mis enemigos,
me haces triunfar de mis agresores
y me libras del hombre violento.


Por eso te alabaré entre las naciones
y cantaré, Señor, en honor de tu Nombre.
Él concede grandes victorias a su rey
y trata con fidelidad a su Ungido,
a David y a su descendencia para siempre.


REFLEXIÓN DEL SALMO: DIOS, AL RESCATE DEL HUMILDE

Dios aborrece la injusticia. De hecho, en toda la Biblia se manifiesta ese rechazo que el Todopoderoso siente ante los injustos y las injusticias, en especial las que padecen los más débiles: los pobres, las viudas, los huérfanos, los extranjeros... Pero Dios no ha parado, a través de los siglos, de generar nuevos profetas que no solo denunciaban la injusticia social y el sufrimiento humano, sino que les impulsó, en su Nombre, a crear estructuras para ayudar al desheredado, al torturado, al afligido.... Dios es ante todo un activista, y actúa con nuestras manos, pues Él quiere y nos ordena que tengamos la mano, el corazón y el alma abierto siempre al pobre, al marginado y al que llora.

El salmista habla de la justicia de Dios, de un Dios que ama la justicia y quiere justicia en la Tierra, algo que por desgracia nos cuesta mucho practicar, a pesar de que el Señor Jesús, en la Bienaventuranzas dijo "Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia, porque serán saciados" y "Bienaventurados los perseguidos por buscar justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos".

Es decir, dos Bienaventuranzas las dedica a la justicia, a las que la desean en su corazón y a los que la trabajan activamente. Lo segundo puede tener más mérito, pero el que tiene hambre y sed de justicia tiene ante todo un alma limpia. Todo aquel que deteste la opresión, la pobreza, la desigualdad, la tiranía...aunque no pueda combatirla, cumple la Ley Natural que Dios pone en el corazón de todo ser humano y se convierte ante los ojos de Dios, en un hombre o una mujer que cumple su voluntad y la salvación le es entregada. Una salvación integral, que abarca todo.

El Todopoderoso ha sido un Dios de Liberación. Liberó a Israel, nos libera de peligros mortales a la Humanidad como hemos visto en otras entradas como la radiación solar o el desequilibro atmosférico que nos mataría, y creó profetas de liberación como Charles Grandison Finney, cuya Presencia Divina impulsó el movimiento abolicionista de la esclavitud como hemos visto en el Salmo 116 , y a profetas de sanación, como Bill Williamson, cuya Presencia Divina le curó su alcoholismo y le impulsó a crear "Alcohólicos Anónimos", cuya medicina es Dios y hemos visto en el Salmo 42.


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